Desde la época que pasó en Amherst, David Foster Wallace tenía como «piedra de toque de la buena literatura» el poema «Esta mano viviente», de John Keats (1795, 1821):
«Esta mano viva, ahora tibia y capaz
De apretar con fuerza, si estuviera fría
Y en el glacial silencio de la tumba,
Te perseguiría cada día y de noche tus sueños helaría
Hasta que desearas dejar tu corazón sin sangre
Para que en mis venas la roja vida fluyera otra vez,
Y tu conciencia se calmara... mira, aquí está...
La tiendo hacia ti.»